Cuando le cuentas a tu familia que te vas de viaje a Irán para celebrar tu luna de miel, las reacciones distan mucho de ser agradables: “¡Ese país está invadido por el Estado Islámico!”, “Pero hijo, ¡si están en guerra!”, “¿Sabías que tienen armas de destrucción masiva?”, “¿Acaso no has visto lo que ocurre en Homeland?”…

Si algo resulta evidente es que con la venda de los prejuicios cubriéndote los ojos, la realidad no se ve. Yo, que he tomado la decisión de quitármela y mirar a su gente a la cara, te puedo asegurar que Irán no es más que un buen país, con mala prensa.

Ahora que ya he dejado este viaje atrás y sé de lo que hablo, te cuento las razones por las que volvería una y mil veces a la joya de la Ruta de la Seda.

La amabilidad de su gente

La amabilidad persa no es un tópico, es un arte. Si no terminas de creerme, puedes buscarlo en cualquier otro post de Internet o preguntar a alguien que haya estado allí. La calidez de los iraníes te envuelve desde un primer momento haciéndote sentir en casa. Cuando cojas un taxi es probable que el taxista se niegue a aceptar tu dinero, lo mismo sucederá con las propinas de los restaurantes y las tiendas. Sorprendido, ¿verdad? Puedes haber viajado a cualquier otro país del Sudeste Asiático, pero te aseguro que ninguno supera a Irán en cortesía y hospitalidad.

Para entender esta inesperada ola de amabilidad, debemos comprender antes las razones políticas y sociales que la han originado. En 1979, cuando se forzó al exilio al último Sha de Persia, se instauró la primera república islámica del mundo. Se pasó, en apenas un suspiro, de “Persia, la potencia mundial” a un Irán oculto y reprimido. Los iraníes siguen contando hoy con importantes limitaciones para obtener un visado, su moneda se debilita a cada paso y se encuentran reprimidos por una religión que, aplicada de manera estricta y autoritaria, no los ampara del todo: las mujeres están obligadas a llevar hiyab y no pueden consumir alcohol. Y todo aquel que se atreva a cantar o bailar es penalizado.

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Sin entrar en aspectos políticos o religiosos, su pueblo ha reaccionado a estas medidas de forma inesperada. Su gente, lejos de dejarse llevar por el resentimiento hacia la libertad de movimiento y acción de Occidente, está ávida de conocer a los extranjeros que visitan su país y saber más de Europa a través de sus películas. Hablan inglés sorprendentemente bien y se informan de todo lo que acontece diariamente al mundo que los rodea.

Una de las experiencias más intensas que tuvimos la oportunidad de vivir fue asistir a cenas en casas de familias locales, donde degustar su deliciosa cocina fue lo de menos. Y digo que fue lo de menos porque lo de más son siempre las personas. Con cada palabra empezamos a comprender realmente la historia de sus vidas, en apariencia tan diferentes a las nuestras y tan iguales a la hora de la verdad. Nos introdujeron en sus modos de vida a través de relatos de franqueza y amor, siempre con una sonrisa de confianza dibujada en la cara. En apenas un par de horas nos contaron sus ilusiones, sus esperanzas, nos leyeron poemas de Hafes, bailamos y cantamos algunas canciones locales… Lo repito ahora y lo repetiría mil veces más: ¡la calidez del pueblo persa no tiene límites!

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La cultura persa y Persépolis, cuna de la civilización

¿Te has preguntado alguna vez que idioma se habla en Irán? Sé lo que estás pensando, pero no, no es el árabe. En Irán se habla farsi y se rechaza todo nexo de unión con la cultura árabe. Esto tiene que ver únicamente con el hecho de que la cultura persa es muy anterior a ésta. Para que te sitúes más fácilmente, Jerjes I nació en el 519 A.C., apareciendo ya en el Antiguo Testamento, mientras que Mahoma falleció un milenio más tarde, concretamente en el 632 D.C. De todo ello se deduce fácilmente que es la cultura persa la que ha influido en la árabe y no al revés, como algunos despistados tienden a creer. La prueba más clara de esto la encontramos en el Taj Mahal de la India, con rasgos heredados de las mezquitas de Isfahan y de las de Samarkanda en Uzbekistan, o la fuente de los Leones de la Alhambra de Granada, idéntica a la del palacio Chehel Sotun de Isfahan.

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Para ver la cultura persa en todo su esplendor, basta con pisar el suelo arenoso de Persépolis. Nosotros llevábamos años soñando con conocerla. Si aquella visita al museo británico, en Londres, despertó en ti una enorme fascinación por el mundo asirio, ¡en Persépolis te quedarás asombrado! Como recomendación personal: recórrela de la mano de un guía oficial. Y tú me dirás…¿por qué? Básicamente porque hay muchísimos detalles que te perderías al hacerlo por tu cuenta. Un gesto aparentemente tan banal como fijar la vista en los frisos de una escalinata, te permite entender de principio a fin la historia social de la época en la que fue construida. Viajar es observar. ¡No lo olvides nunca!

Antes de dar por finalizada tu visita, te recomiendo que te acerques a las tumbas de Naqsh-e Rostam, ¡una pequeña Petra en la provincia de Fars!

¿Por qué Alejandro Magno mandaría incendiar una ciudad tan increíble como Persépolis?

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Isfahán

Hay un poema popular iraní que dice lo siguiente: “Esfahan nesf-e jahan” – “Isfahan es la mitad del mundo”. Y es que la experiencia de visitar esta ciudad, bien podría corresponderse a la de haber recorrido medio mundo. A riesgo de sonar excesivamente sentimental, me tomaré la confianza de contarte una anécdota personal: cuando llegamos a Isfahan era de noche y yo, ansioso siempre por descubrir, me moría de ganas de pasear por la plaza del Imam (Naqsh-e Yahán); mi mujer, reacia a montar en aquel coche, me dijo que estaba loco y que esas no eran horas de ponerse a investigar. Cuando llegamos allí, fue tal la belleza de la plaza sutilmente iluminada y el agradecimiento que desprendían aquellas familias que cenaban sobre la hierba de los jardines, entre calesas de caballos y el frescor de las fuentes, que ella, que se había negado a acompañarme en un primer momento, se puso a llorar de la emoción…

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La plaza del Imam es la segunda plaza más grande del mundo (después de la de Tiananmén en Pekin). Recoge el Palacio de Ali Qapu, con su altísima terraza sobre la plaza; la mezquita del Sha con su imponente puerta, cúpula y patio central y la mezquita de Lotfollah, vestida de gala con hermosos mosaicos.

Muy cerca de la plaza se alza el palacio de Chehel Sotun. A parte de su delicada arquitectura en la que el techo parece flotar sin esfuerzo sobre larguísimas columnas de madera, llaman la atención sus grandes murales: perfectos narradores de la vida en época de Shas.

Un viaje a Irán es mucho más

Irán es infinita, por mucho que la conozcas siempre tendrás la sensación de que te falta algo. Si te interesa la cultura en general y el arte, en particular, no puedes dejar de visitar las ciudades de Teherán, Shiraz, Yazd o Kashan.  Si lo tuyo es pasión por el mundo islámico, ¡no te pierdas los grandes puntos de peregrinaje: Mashhad y Qom!

Irán es cultura, historia y contrastes; es el mar Caspio y el Golfo Pérsico, pero también 20 de las estaciones de esquí más altas y pronunciadas del mundo. El día y la noche.

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Realmente, ¿viajar a Irán es seguro?

Rotundamente sí. Nos hemos sentido ayudados en todo momento por los iraníes, no tardan en acercarse a ti si ven que estás mirando un mapa, en las calles no se ve la miseria propia de otros países, etc. Si bien es cierto que el tráfico es demencial en grandes ciudades como Teherán, en los desplazamientos por autovía sucede todo lo contrario, siendo los trayectos mucho más llevaderos que en España.

Al final de mi viaje a Irán no pude evitar pensar que Irán era todo menos lo que me habían contado. Saca de la maleta los prejuicios y mete una buena dosis de energía: ¡la vas a necesitar!

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