Siempre me han llamado afrancesada. Término que con mucho acierto se aplicó en el S.XVIII a los españoles seguidores de lo francés, en su momento bastante peyorativo y sin embargo yo, hoy en día, no puedo hacer más que acatarlo.
Tal vez fueron las canciones de Jacques Brell o Edith Piaff (entre otros que no recuerdo) que sonaban en el tocadiscos de mis padres algunos fines de semana. Claro que se alternaban con zarzuela, copla y otras canciones de los 80, pero por alguna razón especial me marcaron sin saberlo. De repente, en la adolescencia, mis hormonas asaltaron mi interés en cuanto a moda, la “haute couture” de París y pasarelas de diseñadores impronunciables. Volví a acompañarme de aquella música romántica, en ese idioma del amor que se habla con los morritos bien apretaos y para fuera, al que, por supuesto me apunté con mucho más empeño que al inglés, porque no lo neguemos, era mucho más cool y sexy. Vamos, que me dio fuerte toda esa ñoñería adolescente, que por suerte desapareció en mi juventud. Aun así el afrancesamiento revivió con fuerza con películas de estilo naif, tipo Amelie, comedias diferentes, películas atrevidas y otras donde las protagonistas con aire lánguido aspiraban largamente cigarros a la francesa.
Por romper una lanza a mi favor, las clases de historia también habían hecho su trabajo. Me interesaba realmente este país que nos llevaba cierto adelanto, y que aunque no lo reconozcamos, nos ayudó a que el nuestro también se modernizase. No nos olvidemos de José Bonaparte (Pepe Botella para los amigos), hermano de Napoleón y Rey de España tras los famosos levantamientos del 2 de mayo del 1808. Promotor del arte y la cultura con sus ideas liberales, dedicó buena parte de su reinado a hacer una ciudad más bella y salubre, trasladando fuera de Madrid mataderos y cementerios, creando plazas como la de Oriente o Santa Ana y avenidas para disfrute de los madrileños.
Por supuesto visité Paris, lo pateé, lo disfrute y me dije a mi misma, tienes que volver, porque por extraño que parezca, a pesar de toda mi cultura francesa, no cumplió las expectativas.
Leyendo esto parece que, de un momento a otro, voy a echar a escribir de París y lo bonito que es. Pero no, quiero contaros de Madrid y de todo lo francés que Madrid respira.
Hace ya más de un año conocí a los amigos de Oh Delice!, una boutique de comida gourmet francesa en la Plaza de Chueca que hacen unas catas ALUCINANTES, donde nos cuentan las bondades de la gastronomía de este rico país. Catan (o más bien beben) cada semana vinos de una zona u otra, o de una misma uva que ha crecido en distintas zonas acompañados de productos que casan perfectamente con los vinos y típicos de allí. Quesos, pates, verduras e invenciones que desconocía en un ambiente distendido donde charlar alrededor de la mesa y pasar las horas acompañados del dios Baco (esta vez francés). Si ya me gustaba la gastronomía, ¡solo tenía que sumarle la francesa!
Por esta misma época conocí más profundamente a unas amigas francesas que hicieron que me introdujese, aún más si cabe, en su cultura. Ambas profesoras de francés y amantes del cine, de la música y del buen vino, me cogieron de la mano para recomendarme todos los ciclos de cine francés del CBA o de la Filmoteca. Cine fórum en sus casas, siempre acompañados de vino (bien sûr!) y las puertas abiertas a ese crisol de la cultura francesa que es el Instituto Francés, cuya programación hace competencia, cuando llega el buen tiempo, su terraza interior donde descansar del ruido.
Y es así como descubrí que Francia vivía en Madrid y que por supuesto había que sacarlo a la calle y hacerlo descubrir. Es por esto que montamos una experiencia Pangea , en la que con una de nuestras guías se recorren a pie los edificios emblemáticos de corte francés, palacetes, hoteles y casas señoriales. Un bonito paseo para hacer hambre y terminar en esa experiencia deliciosa que os contaba de Oh Delice!
Como último tip no puedo dejar de contaros una perfumería secreta, El Secret du Marais, un divertido espacio donde te hacen análisis olfativos para saber que perfume se adapta a ti. Es más, cuál es tu olor y crear tu propio perfume, que será solo tuyo.
Hace unos días volví a ver a los amigos de Oh Delice! ya con la primavera en la puerta. Mientras charlaba con una copa de Champagne con Antonio, sonaba fuera un acordeón, con música francesa, vinieron olores de flores. No pude dejar de pensar en lo bonito que es Madrid en primavera y que lo enamorada que estuve de París en aquellos años mozos lo reproduzco hoy con mi aire afrancesado en mi querida ciudad.
Tal vez ahora debería ser “Siempre nos quedará Madrid”.