Soy Ramón Rico, asesor experto en PANGEA, y justo hace un año tuve la suerte de vivir una de las experiencias más increíbles de mi vida. Por eso, he decidido contaros mi experiencia de viaje a Israel y Palestina. Una experiencia de esas que se quedan grabadas para siempre y que se alejan totalmente del turismo que hoy conocemos.
Por qué elegí viajar a Israel y Palestina
El pasado 21 de abril la asociación Doctor Clown Italia se puso en contacto conmigo a raíz de una exposición de fotografía sobre «Street Art» que realicé en Madrid. La exposición tenía como tema central el arte callejero en Europa. Su mayor peculiaridad residía en que que las fotos en vez de contar con un título, tenían escritas las coordenadas exactas del lugar donde fueron tomadas, con el objetivo de que la gente que acudía a verlas pudiera poner dichas referencias en Google y hacerse una idea del espacio empleado como escenario del arte final. La exhibición estuvo abierta al público durante los meses de enero y febrero.
La asociación mencionada se puso en contacto conmigo porque necesitaba a una persona que coordinase el viaje grupal de sus miembros, siendo capaz al mismo tiempo de tomar fotografías que se saliesen un poco de esos márgenes considerados correctos en la fotografía convencional, buscaban plasmar fielmente la realidad del país visitado, mostrando, al mismo tiempo aquello que se escondía detrás de lo aparente. ¡Me pareció una idea estupenda y diferente! Donde quisiera que esa gente fuera, yo iría también. ¡Cogí la cámara y me lancé a la aventura! El viaje a Israel y Palestina llegó antes de lo que me había imaginado. Yo me encargué personalmente de transportar el material. Visitábamos cada día dos o tres lugares diferentes, por lo que únicamente podía permitirme cargar el material que mis hombros aguantasen ¡y que el ancho de mis bolsillos me permitiera!
¡Que me llamasen fue un halago! Me invitaron a formar parte de su misión internacional, la misma que hacen año tras año en un país desfavorecido. Las misiones generalmente se basan en encontrar payasos de hospitales voluntarios, de varias ciudades del mundo, dispuestos a aportar su granito de arena en países con fuertes desigualdades sociales. El protocolo es sencillo: estos payasos se juntan en Italia unos días antes de que dé comienzo la aventura y desde ahí son repartidos a diferentes puntos del país seleccionado como destino final. Este año, por ejemplo, ¡le ha llegado el turno a Brasil!
La función principal de los voluntarios es hacer más amena la estancia de niños y ancianos en hospitales y centros especiales, a través de los juegos y la risa, ¡la mejor medicina para los problemas!
Qué es Doctor Clown Elda
Doctor Clown Elda es una ONG fundada por Marta Maestre en 2012, que trabaja en la provincia de Alicante llevando a cabo colaboraciones en las misiones mencionadas anteriormente desde hace años. Marta fue quien me recomendó como fotógrafo. Los voluntarios que aquí trabajan tienen una amplia trayectoria, habiendo pasado en los años anteriores por Amatriche (en Italia) Kenia y Tanzania.
Este año decidieron involucrarse más en el aspecto humanitario viajando a Palestina e Israel durante el mes de abril. La expedición, formada por voluntarios procedentes de Italia, España e India, tuvo una duración de doce días. En este periodo de tiempo se visitaron centros de todo tipo, tanto en territorio palestino como israelí.
De viaje a Israel y Palestina… ¡por fin!
¡Llegó el gran día! El avión nos dejó en Tel Aviv. Desde allí cruzamos la frontera, con un permiso del gobierno de la República Italiana, para llegar a Belén, ciudad que usamos como centro base y depósito de nuestras pertenencias. Nos acogieron en el Holy Family Hospital, un hospital dirigido por monjas católicas que acoge a niños desde que nacen hasta los 6 años. No es difícil imaginar la bomba energética que suponía abrir los ojos cada mañana con las sonrisas de los niños y las bromas de los payasos como despertador. Los primeros días nos centramos en visitar los orfanatos de la zona. ¡El circo había llegado a la ciudad! Y no, no hablo solo de los 20 payasos, ¡hablo del equipo completo! Cientos de niños nos perseguían por la calle con gestos de sorpresa e ilusión dibujados en la cara por el simple hecho de tener un bote de pompas de jabón entre las manos o por ponerles pegatinas en la nariz de vez en cuando.
Las mejores experiencias de mi viaje a Israel y Palestina
Nuestra primera expedición a las afueras se centró en el campamento Aldea Khan Al Ahmar. En mi opinión fue la más especial. Quizá porque todo aquello nos resultaba desconocido, casi tanto como nosotros lo éramos a los ojos de aquellas personas. Nuestra entrada coincidió aquel día con la llegada diaria de tropas de las Naciones Unidas, que repartieron sacos de alimentos, debido a que ese mismo mes el Ejercito israelí había intentado entrar al campamento y evacuar la zona. Lamentablemente, era muy probable que se volviera a repetir.
Bajábamos montados en minibuses, en 4×4 y coches de grandes dimensiones. No éramos cualquiera, éramos los de las narices rojas, las caras pintadas y la ropa colorida. Los señores de la eterna sonrisa. O al menos así nos conocía el pueblo palestino.
Tras varios días allí nos marchamos a la zona de Tiberíades, una parte del país muy diferente a lo que habíamos visto hasta el momento, muy próxima a Jordania. Aquí visitamos colegios de niños sordomudos, orfanatos, centros de ancianos y casas de acogida. Lo primero que nos llamó la atención fue la calidad de las instalaciones. Lo segundo, la cultura de los ancianos que allí vivían. La gran mayoría de ellos hablaban hasta tres y cuatro idiomas y cargaban a las espaldas una historia tan trágica como interesante, la de unos sueños destrozados por la guerra. Una guerra que se transmitía como una maldición de generación en generación y parecía no tener fin.
En cuanto a los niños… ¿qué puedes esperar de un niño? Lo mismo aquí que en España o en Japón: curiosidad, inocencia y unas ganas devastadoras de salir a jugar a la calle.
Uno de los días, una voluntaria se llevó un ukelele, fijamos un ritmo a seguir y dejamos que las personas que llenaban la sala hicieran el resto. ¡Desde Mozart hasta la Macarena! Para los más mayores cantar significaba recuperar la libertad que durante años les había sido negada.
La estructura de las construcciones, tanto de los colegios como de los centros de ancianos, eran similares a las de los años 50 en España. Hacía poco que habían dejado de estar sobre la arena del desierto o en zonas embarradas.
Situarnos por un tiempo en esta parte del mapa nos dio la libertad de visitar el Mar Muerto, el Lago Tiberíades y Nazaret. Eso sí, a pesar de estar más tranquilos, desde la carretera podíamos ver aún los carteles del gobierno amenazando de muerte a los israelíes o los del lago Tiberíades avisando de la proximidad de minas antipersona.
Si tuviera que destacar un lugar sería Tent Of Nations. Un campo de cultivo que era a su vez granja de animales y situado a las afueras de Belén que en su día fue tomado por el ejército israelí. Los israelíes solían apropiarse de estos terrenos a la fuerza, por lo que una familia palestina tuvo la brillante idea de convertir su casa en una casa de acogida para extranjeros. De esta manera cada vez que el ejército israelí llegaba a sus puertas con la intención de expropiarles, ellos tenían la excusa de tener a gente extranjera viviendo dentro, colaborando y grabando.
La energía que este campo desprendía era única. Estaba plagado de murales escritos en todos los idiomas del mundo y lleno de color. El día que fuimos allí nos invitaron a comer a todos y a escuchar al señor más anciano de la casa hablar árabe y francés. A mí me tocó traducir la última parte. No miento si digo que ¡jamás seré capaz de olvidar aquellas palabras!
Volvimos a Belén un par de días. Recorrimos el muro a distintas horas y vimos cosas tan terribles como a los vigilantes de las torres tirando la basura despreocupadamente a cementerios de la parte Palestina. Gracias a Dios, en la vida todo tiene dos caras y en este viaje a Palestina pudimos ver también la cara alegre de aquel lugar inhóspito: la de los niños jugando al fútbol en la calle con un reivindicativo arte urbano de fondo.
Terminamos esta experiencia cruzando la frontera hasta llegar a Israel, donde pasamos los últimos días visitando escuelas y hospitales. Esta etapa del viaje nos sirvió de mucho para ver ambas caras de la moneda. Israel, a diferencia de Palestina, recibía mucho turismo, no podías evitar pensar que te encontrabas en país mucho más desarrollado que el anterior. Sorprendía también la mezcla cultural, las diferentes religiones, culturas, colores y caracteres, conviviendo en una misma acera, en aparente sintonía. Hablando desde la posición de un niño de pueblo español nunca me hubiera podido imaginar el número de congregaciones, ramas, y creencias que las religiones pueden llegar a tener hasta que paseé por las ajetreadas calles de Jerusalén.
Desde la Vía Dolorosa, con sus puestos de souvenirs, tés y reliquias, hasta el Barrio Musulmán, el Santo Sepulcro guardado por adolescentes del ejercito Israelí -cargados con fusiles de asalto M16- la Cúpula de la Roca o el Muro de las Lamentaciones. Jerusalén es una ciudad de contrastes radicales que hace falta visitar una vez en la vida para descubrir que el mundo no es blanco o negro, sino que contiene una paleta de colores tan amplia y variada como las personas que lo habitan.
El último día de mi viaje por Israel y Palestina un representante del gobierno de Italia entregó un paquete al responsable de la expedición. Para sorpresa de todos, la expedición recibió la medalla de Oro al mérito del presidente de la república italiana. Fue en ese preciso instante cuando supimos que nuestros nombres serían conocidos por la humanidad como aquellos payasos que, sin apoyo ni donaciones, consiguieron hacer reír a una parte del mundo que había perdido la sonrisa hace tiempo.